Por poco amante que seas del ballet seguro que conoces El lago de los cines de Chaikovski. Una joven convertida en cisne por un maleficio se enamora de un príncipe, el cual se casa con otra mujer engañado. La joven no puede soportar que el hombre al que ama se case con otra y decide morir. Una historia de amor, que sin duda ha inspirado a cientos de cuentos y novelas posteriores. Y una historia con la que muchas jóvenes adolescentes pueden sentirse identificadas a través de la brillante adaptación de Darren Aronofsky.
En esta versión las dos mujeres que se enamoran del príncipe son dos cisnes –pero a la vez son una misma mujer–. Por una parte, el cisne blanco es la pureza y la inocencia adolescente, mientras que el cisne negro representa la pasión de la mujer adulta. Ambas bailarinas optan al papel principal de reina cisne pero para eso tienen que conquistar al director. Observamos aquí un paralelismo entre el cuento y la vida real, dos mujeres que disputan una posición y para ello deben gustar al hombre poderoso –el príncipe–.
Pero hay más. El hechizo del cisne del cuento se traduce –en la película– en la sobreprotección de esa madre de vocación frustrada que se ve reflejada en su hija y quiere que ésta consiga el papel. Y yo me pregunto, ¿cuántos padres obligan de manera sutil a sus hijos a estudiar aquella carrera que por razones varias no han podido hacer ellos? ¿Cuántos padres sin darse cuenta (o sí) manejan a sus hijos para conseguir aquello por lo que están frustrados? Seguro que están pensando en algún caso conocido.
Creo que es interesante también el tema de las alucinaciones que sufre la protagonista a lo largo de la película. Su obsesión por el papel y la lucha para que su compañera –a la que ella considera su rival– no le quite el puesto, cuando realmente esta segunda chica sólo intenta ayudar a Nina para que sea natural como ella misma. Y digo yo, ¿cuántas jóvenes se “emparanoian” –sé que esta palabra no está aceptada por la RAE pero conocemos perfectamente su significado y define con exactitud lo que quiero decir– de esta manera y ven a sus propias amigas y compañeras de clase como rivales y enemigas? ¿No es este matiz de la película otra alusión a la vida cotidiana?
Y si queremos seguir comparando vayamos al final de la historia. Aquel deseo por conseguir el amor del príncipe acaba con el suicidio de la joven que no soporta ser despechada. Y eso es exactamente lo mismo que le ocurre a la protagonista del film. Una Nina Sayers tenaz y segura de saber lo que quiere conseguir acaba en estado de alucinación asesinando nada más que aquel cisne negro al que tanto temía y que no se da cuenta que es ella misma. Y lanzo otra reflexión, ¿cuántos son los adolescentes que intentan pasar desapercibidos, ya sea por la vergüenza de la pubertad o por su relación con los compañeros de clase, suicidando así su propia personalidad? ¿Cuántos chavales tienen una vida difícil de la que intentan huir y que no les deja ser ellos mismos? ¿Os suena la expresión “es una persona gris”?
El otro día leí una crítica de la peli que decía que Natalie Portman no representaba dos papeles, sino tres. Y a decir verdad, estoy totalmente de acuerdo en ello. Por una parte, vemos a la niña buena, dulce e inocente que siempre se porta bien y hace caso a su madre –el cisne blanco–. Pero en contraposición, encontramos a la chica desmelenada que se deja influenciar por su compañera de baile para salir de fiesta y consumir todo tipo de substancias, y que descubre gracias a ella también el apetito sexual –el cisne negro–. Y por último, vemos a la joven profesional de ballet que lucha por su sueño y demuestra su talento delante del director de la compañía, quien le ayuda a sentirse segura de sí misma y le aporta cierta estabilidad –la reina cisne–.
Hecha esta reflexión no sé si estaréis de acuerdo, pero a mi modo de ver sólo puedo apuntar que mutatis mutandis –un cisne por un tutú, un príncipe por un director de ballet, un hechizo por las drogas y el amor por el deseo– la película es toda una metáfora de nuestra sociedad.
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